Seleccionar página

Paseos al final del otoño

Vamos abandonando todas esas caricias que ha dejado el otoño crecer en las mejillas, ese calor de los días sin lluvia y que por otra parte nos preocupa. Duele ver la guadaña futura con una claridad de signos inequívocos tras la ausencia de lluvia, pero voy a salir, que me apetece. Busco perderme desesperadamente y antes de hacerlo repaso que no me olvide nada, no sea que me arrepienta. Llevo la cámara conmigo.
Me escapo cuando es posible y le dedico un tiempo a mis cuidados. Subo al monte, respiro, me dejo estar. Al caer la tarde enfoco, capturo, presiono persiguiendo los bordes, la luz que juguetea refractada sobre la silueta de unos animales que siguen a lo suyo, llenando el buche con verdadera indiferencia.
Caminar entre los árboles nos invita a que pare la bulla y el ruido atravesado. Siendo así, espero a que me encuentren los instantes. Siempre lo hacen. Firmarán al hallarme que soy afortunado. No todo el mundo tiene la suerte que tengo yo en ese momento, y pasa por una portezuela con un dintel que explica «Aquí solo hay belleza. A disfrutarla» y se abre delante suya un abanico que juega con los párpados. Sin atorarte, aprecias el regalo, porque lo llevas haciendo desde hace mucho tiempo, sientes la cercanía de lo que no se compra porque no tiene precio; pero no hay prisa, habrá otros días y otros años para seguir interpretando la melodía de un material tan frágil y sublime, tan volátil y simple; miríadas de hojas depositadas por el suelo o suspendidas con sus colores ocres. Eh, tú, cuidado con las ramas, que no se trata de perder el ojo por una tontería. Crece la visión al caminar cuando te sales de la linde. Nos pasa a todos y en todas las facetas de la vida. Se reelabora el cuadro con cada perspectiva que me acerca a esos robles, esos fresnos y castaños, esos plátanos de hojas a la deriva y troncos imponentes que uno podría abrazar en absoluta soledad y en medio del paseo. Es notable la cantidad de amor que puede derramarse sin testigos. El amor a estos lugares es un hecho, me hipnotiza mientras el sol se precipita dejando que sobrevivan todavía los colores.

Bueno, no todo es tan idílico. De esta semana me hubiera gustado ahorrarme alguno de sus días. Días de puro acatamiento y desperdicio que estoy seguro me van a perdonar si los expulso del recuerdo. Me importa un bledo. Cuánta pereza para perder el tiempo. Calcos de la rutina sin un tropiezo que llevarse al paladar; inútiles esfuerzos con los que alimentar el patrimonio de la nada. Levantarse, arreglarse con prisas, ponerse la armadura contra las emociones, calbalgar hacia el amanecer mientras duermen y se alejan la mayoría de los deseos.


Soliloquio al volante y una canción de cuna

Aunque le tiendan una soga
El cuello no promete
Moverse ni un centímetro.
Tal es su apego inerte,
Su amoldarse, su hacerse horma
Contra la suavidad de una serpiente
Que serpentea el asfalto.

Cielos, cuánta paz.
El paraíso nos espera en un suspiro
Que se bebe de un trago. Lo vivido
De un trago. El carril sigue intacto.
Aquí la tierra inmóvil, la humanidad,
La mano dócil te empuja
Como por accidente a que repitas
Los mismos pensamientos.
Tal vez ahora. La quietud
Me hace observar las nubes.

El pájaro metálico de arriba
Se desliza o descansa sobre el aire.
Su atención por nosotros
También es evidente,
Persigue el cazador
Un rastro de imprudencia.
¿Tendría que preocuparme?

¿Sobre qué preguntamos
Cuando tras el silencio aparece la duda?
¿De qué dudamos?

¿De los besos que se nos han perdido?
¿De las horas que no dimos a nadie?
¿De un adios con las manos vacías
Dejando ese recuerdo
De lo que nunca fue
Dentro de una botella?
Lamentos insalubres.

Se consensúa con el aburrimiento
Una manera de macerar la pena
Para que el duelo
No atraviese el parabrisas.
Estoy sentado. Viajo solo.
Viene siendo normal. Solamente
Me ausento por un rato.

A estas horas tempranas
El sol es un incendio
Y en el cristal izquierdo
Esa lupa caliente
Me hace sentir la sien
Como un papel ardiendo.

Y siguen mis preguntas.
¿Qué hacemos con el ruido
Que se nos acumula
En las razones? Igual estar aquí
Que estar en otra parte.
Hay miles de lugares
A escoger. Anhelos en el aire
De una sierra perdida. Elixires
Que harían de la mirada una ventana.
Probablemente me pedirían cuentas
Por haber elegido la tristeza
Como animal de compañía.

Manadas de animales.
Cuando nos saludamos
Lo hacemos con desgarro.
Mires por donde mires
Hay una multitud mecanizada.
Algunos
Se aproximan sin permiso.
Uno de ellos
Puede abollar mis párpados.

Duérmete arrorró, duérmete por favor.
Ese monótono ruido
De los tubos de escape
Nos amodorra
Con el son de su nana.

Tanta espera pesa como un rosario
De cuentas y murmullo; pésame
En las pupilas acuosas,
Sopor insoportable.
Y no hay manera,
Así te cambies de carril,
Te golpees la mejilla,
Abras la ventanilla,
Saques los dedos,
Te muestres pensativo
Elucubres sobre la permanencia
De este podrido atasco
Que flota en la desgana.

De repente
Siento que algo se agita
Con la celebración de lo invisible.
Un quiero acelerar me grita ¡ten cuidado!

No vamos a quedarnos para siempre.
Arrancamos. En marcha.
Nos podemos mover como las lágrimas.

Pues eso, a fabricar un día.
En la oficina ya no será festivo.
No dejarán
Que moje el dedo
En una frase dulce.
No habrá dentro un regalo,
Ni una postal de besos.

Ay si me vieran los de arriba
Diciéndole estas cosas al teléfono.
Mintiéndome a mí mismo
Para llegar a tiempo. Ese destino
Que no estaría en mi vida
De haber tenido en cuenta
a los deseos. Allá que vamos.

Y miro por encima de la luna.
Que sí. Que ya os he visto.
Yo no sé si se aprecia
Debajo de esas hélices
Que en realidad,
Aunque mueva los labios,
Estoy hablando a solas.
Tengo esa disciplina.

Y ahora te extraño.
Extraño no encontrarme
Con la mano dormida
Debajo de tu muslo.
Ese calor antiguo
Que tranquiliza sueños.

Vuelve a pararse el tráfico.
Con la misma cadencia
Me acurruco hacia dentro.
Me dedico un segundo
A pensar en nosotros,
A demorar el sol
Ahora ya más amable.
Su caricia en la cara,
Tan suave, me gana
Por la mano.
Con los ojos cerrados,
Siento la lentitud.
Terminado el segundo
Esto se me hace eterno.
Duérmete por favor.
Arrorró, arrorró.


Llego al trabajo. Honestamente, no me puedo quejar. Pero que lo disfrute, qué quieres que te diga. Hace ya casi veinte años registraba en un texto la misma sensación de transitar por ciertas cosas sin entusiasmo alguno y hablando de renuncias como ésta.

Comienza mi renuncia

La renuncia derrama su extensión sobre la mesa, le enciende un punto al infinito. (“Hay un número de operaciones que aproxima a la nada la posibilidad de comprender el mundo, con las cuales tu nombre es sólo una impresión en la pantalla”)
La renuncia se acomoda delante de un reflejo (“Catódicas penumbras te sacarán los ojos”) y entra en un estado catatónico.
La renuncia se extiende tras un brutal paréntesis que me aparta de toda perspectiva. Así, la vida contrariada se me convierte en menos y me disuelvo en la rutina que deja cada menú diario, devorado como si fuera el último, el precio de los cafés, el suplemento laboral de los domingos, los pagos de la hipoteca y otras cosas que uno va superando siguiendo el paradigma:
“No morirás de hambre.
​ Te morirás de asco”


Afortunadamente las cosas que sucedieron a ese mágico mayo del 2011, le pusieron una especie de final al enorme paréntesis de años habitando ese silencio de pecera.

Este 2017 va que se las pira. Se nos fue el otoño. Y con el frío llegaron los primeros copos trayendo estas palabras que pude recuperar un día en casa de mi madre.

Siguiente estación

La navidad trae recopilaciones, antologías en la costumbre del recuerdo,
Olores en las sábanas, árboles sin hojas.
Emociones que se quedaron pegadas a la puerta el día de la partida.
Descarnada la forma de contar los detalles delante del espejo,
De investigar el deterioro que provocan los cambios,
De recorrer esas habitaciones que nos vieron crecer.


Ha llegado la hora de decirle adiós a la parte laboral de esta semana, un poco desastrosa y estresante, y también a esa otra parte, la que apenas he podido atender pero que existe y ha seguido su curso. Si esa gente para la que trabajo se asomara aunque fuera con velas, o precisamente con velas, a esta tragedia de la que ignoran todo; si supieran de unas cifras que son escandalosas, y contra las que no queda otra que oponer resistencia, seguramente les daría lo mismo. En fin. Las compañeras han estado sublimes. Faith, Olga, Tamara, Ana, Giovana, Sandra, Somna son nombres en su mayoría de mujer que a estas horas del viernes hacen suyo un «SeQueda» que deseo de corazón se vuelva permanente. Nada es fácil y menos cuando el campo de batalla no es una ciencia exacta. Pero esta semana ha vuelto a crecer el número en nuestro contador de pequeñas victorias.

Una compañera que sabe lo que es jugársela ha expresado que «hemos usado las cabezas de aguja como arpones porque nos agarramos a lo que sea» y veo que esa frase tiene más fuerza y más verdad que todas las palabras que se han quedado escritas por aquí.